2010

Hola, bienvenidos a esta trinchera, si es que hay alguien que viene...los fantasmas inexistentes y yo les damos la bienvenida. Un saludo y déjense sumergir en las entrañas...

jueves, 28 de octubre de 2010

El Demonio que Arde (VII)

Llegamos al palacio del rey. Pasamos el lago y el puente. Los leones ladraban y yo sólo los miré con indiferencia. El rey estaba sentado en su trono, sus guardias me inspeccionaron los bolsillos, me quitaron mi espada, bueno, mi revolver. El rey me miraba entre molesto y desconcertado. Yo lo miraba tratando, inútilmente, de recordar. ¿Araña? Solté, antes de escuchar cualquier cosa de sus labios. Los guaruras se pusieron incómodos, uno tosió nervioso. Araña o el rey se enmudeció más, si se puede. Con un ademán dio la orden para que los guaruras salieran. Y salieron.

Araña se sentó en su enorme sillón. Me dio la espalda y la oficina empezó a llenarse de humo que expulsaba un grueso puro acababa de prender.
¿Qué haces aquí cabrón?
¿Qué te puedo decir? Pensé. Se me borró la memoria y estoy tratando de construirla a base de relatos de gente conocida pero olvidada por mi mente. Esto también lo pensé.
Se dio la vuelta y antes de que dijera cualquier cosa, le dije. No sé. Eso he venido a averiguar.
De pronto fue como si los pulmones se le hubieran llenado de cáncer y tosió como un enfermo. Se dio la vuelta y puso sus manos en el escritorio.
No debes estar aquí. ¿Dónde mierda están los Esquivel? Ya te los chingaste pinche loco ¿verdad? Me señaló una nota en el periódico que rezaba: “Los niños Esquivel siguen sin aparecer, a un mes de su secuestro.”
Vi la fotografía en el periódico. Entonces recordé algo, recordé a los niños que salvé.
Yo…
¿Pagaron el rescate?
Mi cabeza daba vueltas y vueltas, era una espiral violenta que no concedía pausas para pensar qué demonios estaba pasando.
¡Te estoy hablando cabroncito! ¿Dónde está el dinero? Gritaba Araña, al parecer, irritado.
Me senté en la silla. Y sentí como poco a poco todo lo que empezaba a asimilar desde el día que desperté en la cama de esa cabaña al lado de la joven amordazada, desaparecía, se iba desvaneciendo o mejor dicho iba cayendo en un hoyo profundo y oscuro que no tenia final.Me tallé los ojos con las manos, traté de decir algo pero todas las palabras, todas las ideas, todos los recuerdos y pensamientos se conglomeraron en mi lengua creando un muro que no me dejó ni balbucear.
Araña seguía soltando palabras pero no podía escucharlas, sólo escuchaba una algarabía de voces y un interminable zumbido. Yo lo veía con una cara de terrible confusión.Araña soltó un último grito y acto seguido se tiró al suelo, volteé hacia la ventana y vi como era detonada en mil pedazos, varios disparos entraron a la oficina. Me tiré yo también al suelo y entonces escuché lo que Araña gritaba.
Que me cubriera.
Un hombre tiró la puerta, vació su AK 47 contra el escritorio. Araña le correspondió con una descarga de su revolver.
El enfrentamiento acabó con el hoyo en la cabeza del hombre de la puerta y sus sesos pintados en la pared.
Araña me llamó y dijo que le ayudara a salir de ahí, tenía su pierna derecha destrozada por los disparos. Gemía de dolor. Me dio mi revolver, ahora, no tan reluciente y lo saqué como pude.
Dos gorilas armados disparaban afuera en el pasillo, no sabía si eran de los nuestros pero los acribillé con la maestría de un pistolero del viejo oeste.
Araña cayó al suelo y se retorcía adolorido. Encárgate de esos hijos de la chingada y después vienes por mí.
Asentí y como si estuviera acostumbrado a recibir órdenes.
Masacré a toda persona que estaba ahí. Algunos rogaban que me detuviera, que eran de los míos. No me importó. La llama de la que les hablé letras atrás había surgido del cofre oscuro en el que impaciente aguardaba y me consumió en su aquelarre. Sentí como ardía en cada partícula de mi ser, sentí como me dominaba.
Los casquillos de las diversas armas que tomaba cuando una no me servía, caían al suelo creando toda una orquesta de sensaciones que hacían vibrar mi corazón muerto y que evocaban en mi rostro una mueca de satisfacción mefistofélica.
Terminé cubierto de sangre. Regresé con Araña. Habla…háblale a… Antes de que terminara su frase, que me importaba un carajo, lo cubrí de plomo. Lo que quedó ahí no era un cuerpo humano, eran cenizas de un infierno en el que yo reinaba con poder y gloria. Era mi imperio de destrucción y yo era el demonio que ardía.

Sangre. Cubierto de sangre me senté, suspiré y conté hasta tres. Uno, dos, tres. Todo volvió a desaparecer.

No hay comentarios: