2010

Hola, bienvenidos a esta trinchera, si es que hay alguien que viene...los fantasmas inexistentes y yo les damos la bienvenida. Un saludo y déjense sumergir en las entrañas...

lunes, 7 de junio de 2010

El Demonio que Arde (IV)

No pregunten cómo, porque es irrelevante, llegué al hospital.
Encamillaron a los tres mancebos y los condujeron a urgencias. Después, huí. Tampoco pregunten por qué. No lo sabía. Sentí como si todos me atormentaran con sus miradas inquisitivas.
Huí, porque un alivio me empujó a irme.
No sabía dónde estaba. Pero era una ciudad triste y gris. Y si después supe el nombre, no lo mencionaré. Tenlo presente.

En un restaurante, bebía leche fría. ¿No quiere un galón mejor? Me dijo la obesa mesera que me llevaba mi veinteavo vaso de fría leche.

Caminé por la calle, y la noche me alcanzó. Me senté en una banqueta y me puse a mirar las luces de las farolas, de los anuncios de neón, de los coches al pasar.
Mi mente estaba en blanco, sólo, guardado estaba el desagradable recuerdo del cual no quiero hablar.

El Sur. El Puerto con sus violentas olas teñidas de sangre. Ahí pasé mi infancia. ¿Cuántos años se borraron de mis recuerdos?
No había dormido toda la noche anterior. Viajé como dieciocho horas. Estaba exhausto. Por suerte, mi cartera, repleta de dinero podía sustentarme un buen rato.
Empezaba a sentir el húmedo calor. Reconocí las palmeras en los camellones de la costera. Me detuve a cargar gasolina. Ya cuando la despachadora, que no dejaba de lanzarme miradas provocadoras, me dijo la cantidad que le debía. Saqué mi cartera y recordé mi nombre. Lo vi tatuado en mi licencia de conducir. Si te interesa me llamaba: José Guadalupe Maldonado Cruz. Un nombre más común no podía tener. Pagué y me largué de ahí. La sonrisa desagradable de la despachadora me despidió a través de el espejo retrovisor.

Llegué al barrio. Sí, el de mi niñez. Todo era igual, si no es que decadente. Recordaba las antiguas casas humildes recién pintadas, ahora, todo se reducía a graffitis y cuarteaduras. Caminé y llegué a donde solía ser mi hogar. Ahora, un terreno abandonado. Entré y me sumergí en los escombros de una infancia de la cual sería mejor no acordarse. Aquí no encontraría respuestas. Ya que los muertos no hablan y estaba de pie sobre un cementerio.