2010

Hola, bienvenidos a esta trinchera, si es que hay alguien que viene...los fantasmas inexistentes y yo les damos la bienvenida. Un saludo y déjense sumergir en las entrañas...

martes, 19 de enero de 2010

La llama eterna



"Nuestro amor es una llama eterna, en eterno movimiento que ni el viento de la muerte podrá apagar."

lunes, 18 de enero de 2010

Un día decidió dejar todo...

Un día decidió dejar todo. Se dio cuenta que no hacía lo que quería y huyó. Vivía entre las palmeras y el sol. A sus oídos llegaba el lejano rugir del mar. Su morada residía a orilla de la laguna. A veces, iba donde la playa y la laguna se juntaban, caminaba por la orilla y sentía el agua, después se sentaba a contemplar la luz morada del cielo crepuscular. Siempre llegaba después de que el sol ya se había marchado.
Otro día recibió una visita. Un hombre vestido de blanco, con una guayabera, pantalón de lino y un sombrero de paja. Tenía un aspecto amable, pero su mirada era taciturna. Se sentó encima de una piedra, recargó su cabeza en su mano y apoyó su codo en su pierna.
-¿Qué tal?
Miró al hombre de blanco y sintió que ya lo había visto antes.
-¿Cómo te trata la vida por aquí?
Se recostó y se preparó para hablar, pero el hombre de blanco interrumpió.
-A mí también me gusta venir aquí por temporadas, es demasiado tranquilo y hace que me olvide quién soy. ¿Sabes cuál es mi trabajo? No, no creo.
El hombre de blanco sonrió y tomó una fina y pequeña paja que estaba tirada en el suelo. Jugueteó con ella un rato y después se la llevo a los labios.
El otro hombre seguía recostado, trataba de acordarse de dónde conocía al hombre de blanco.
-Yo sé cuál es tu trabajo. Bueno, al menos…cuál era. Cuán difícil te debió haber sido lidiar con esa gente. Trabajar para que sus almas se mantuvieran puras, ayudarles a expulsar sus demonios. ¿Pero y los tuyos? ¿Tú dónde quedabas?
El otro hombre se sentó y tomó otro pedazo de paja, más largo que el de el hombre de blanco. Lo partió a la mitad y lo miró por un tiempo.
-También te olvidabas de ti en la ciudad, pero creías que hacías un bien. Hasta que te hartaste de ese mundo. Te diste cuenta que vivías una vida totalmente nihilista. Huiste, corriste hasta que te encontraste solo en este lugar. Ahora vives aquí, ¿Ya haces lo que en verdad quieres? Porque fue por eso que huiste. Porque no hacías lo que en realidad deseabas.
El otro hombre se levantó.
-No, no hago nada de lo que quiero aún. Pero estoy solo. Ya es algo.
El hombre de blanco se alzó su sombrero y rió.
-Te visitaré seguido por aquí, si es que aguantas otros años más.
-Seguro, aunque quizá me encuentres en la tumba.
El hombre de blanco se levantó y esbozó una sonrisa tranquilizadora.
-Disculpa mi falta de educación pero no me he presentado, mi nombre es… ¿Cómo decirlo?
El hombre de blanco pensó un segundo, después se decidió.
-Nombres tengo muchos, Mefistófeles, Lucifer, Satán, Diablo, pero en realidad no tengo ninguno.
-Yo tampoco tengo nombre.
El hombre de blanco estiró su mano, el otro hombre la estrechó al mismo tiempo que el hombre de blanco se esfumó frente a sus ojos.
El otro hombre se levantó y caminó por la orilla de la laguna hasta llegar al mar. Esta vez sí miró la caída del sol.