La gente camina como desesperada, buscando su andén, su salida, algunos llegan y suspiran tranquilos al encontrarse en su hogar, otros empiezan a adaptarse al nuevo lugar, suena la voz robótica de una mujer anunciando las salidas de los autobuses, la gente sale y entra, otros esperan, algunos temen dejar algo atrás, una esperanza o una maleta, otros quizá huyen y no piensan volver. El tiempo avanza con voracidad en la terminal de autobuses.
Silvio, un joven de veinticinco años, rollizo, de cabello ondulado y un poco largo -como Peter Jackson- piensa él, hace su trabajo, lo hace porque es lo único que tiene, como siempre lo hace casi mecánicamente.
Trapea el suelo, limpia las huellas de las almas que transitan por la terminal, lo hace lentamente, a un ritmo pausado, no tiene prisa, nadie lo espera en su casa, no tiene compromisos. Puede trapear toda la tarde, toda su vida. Si acaso lo que le queda por hacer es dibujar. Imaginar.
Dos mujeres ya ancianas pasan cerca de Silvio, una de ellas, bien arreglada, huele al perfume que le recuerda a Doña Mariana…
Su vecina, una mujer ya grande, como de unos cincuenta y cinco años, con su cabello cubierto totalmente de blanco, siempre bien arreglada y perfumada, Silvio recuerda el día cuando se topó con ella en las escaleras de la vecindad. Él llevaba en sus manos hojas desordenadas, dibujos de mujeres, todas ellas muy bellas. Ese día llevaba prisa, no recuerda por qué, tal vez se quedó soñando que no despertaba. Se quedó dormido y se le hizo tarde para llegar al trabajo. Doña Mariana también llevaba prisa, los dos chocaron, las hojas volaron como una parvada de aves en busca de nuevos horizontes, Silvio pidió disculpas, Doña Mariana, amable le ayudó a recoger las hojas, sorprendida, observó los dibujos, luego preguntó a Silvio ¿Quiénes son esas muchachas? Silvio, nervioso, contestó que eran personajes, personajes de las historias que creaba. Doña Mariana no entendía bien, veía los dibujos, pero no veía ningún rastro de una historia, se puso los lentes, entonces vio algunas letras. Le pidió amablemente a Silvio que se las prestara para leerlas, Silvio dijo que no le interesarían, que eran tonterías que un día se le ocurrieron, además, no le entendería a su nada entendible letra.
Doña Mariana no cedió ante sus excusas, Silvio, ante la insistencia de Doña Mariana, aceptó, no muy gustoso, puesto que consideraba esas historias muy personales.
Y ahí está Silvio, trapeando, a veces se detiene para mirar a la gente, le gusta hacer eso, ver a la gente y crear historias sobre ellas, historias hermosas. La realidad es bastante simple para ocupar su pensamiento en ella, aunque a veces ésta devore sus fantasías y vomite su crueldad sobre él.
Ve a las mujeres, las desea, las anhela, son tan bellas y tan inalcanzables para él, nunca ha tenido el valor siquiera para acercarse a ellas, ni en sus historias.
De pronto llega a él un profundo olor a coco, es un olor profundo pero a la vez tan delicado. Silvio como soñando trapea siguiendo ese olor. ¿Quién desprende tan dulce fragancia? El olor le recuerda a la playa, se le hace un recuerdo tonto, ya que nunca ha ido, nunca ha salido de la ciudad, del D.F.
Su mente crea imágenes de calma, palmeras, arena, el mar con su suave oleaje, la brisa tocando su rostro, pero entre las palmeras hay algo que lo llama, algo que lo invita a entrar en el mar, a hundirse en su misterio.
Silvio despierta de su ensueño para encontrarse con su realidad.
Una mujer hermosa, delicada, con unos ojos negros que hipnotizan. Es una mujer delgada, de pelo corto y ondulado, de tez blanca, bronceada.
Silvio ha visto infinidad de mujeres en la terminal, muchas de ellas bellas, muchas de ellas plasmadas en sus dibujos. Pero jamás había visto a alguien como aquella mujer tan delicada con olor a coco, con sus ojos profundos como el mar.
La mujer está sentada sola, no hay gente a su alrededor, como si el destino con sus omnipotentes manos hubiera apartado a toda la multitud de la bella mujer para que estuviera sola para…Silvio. La profunda mirada de la mujer penetra como una bala la razón de Silvio y crea en él algo que nunca había sentido por ninguna otra persona, algo que no se puede explicar y menos con palabras. La mujer le sonríe, Silvio, exaltado, sorprendido, voltea su mirada hacia la pared.
Silvio tiene el deseo de hablarle, de siquiera lanzarle un suspiro. Pero el valor no existe en él…o tal vez ha estado escondido. Silvio anhela encontrar en lo mas profundo de su ser, ese valor, ese coraje para acercarse a la mujer y lanzarle unas cuantas palabras. Pero la mujer ha desaparecido, Silvio la ve alejarse, su último sueño se evapora, la mujer sube al autobús que va con destino al olvido.
El autobús se va y con él, todas las palabras que Silvio nunca pudo pronunciar. Y aunque esta vez no se tomó el tiempo de dibujar a tan bella mujer, la tiene grabada en su mente, la tiene plasmada como un tatuaje en su memoria.
El jefe de conserjes se le acerca a Silvio, y con severidad le ordena que vaya al baño a limpiar.
¿Cómo te llamas?, No, no me lo digas, no quiero saber tu nombre, quiero recordarte por tu dulce olor. La mujer, le sonríe a Silvio, con una sonrisa tierna, como en la terminal. ¿Y tú qué haces? Le pregunta la bella mujer, su voz es suave como la brisa del mar, así se la imagina Silvio. Trabajo aquí, pero lo hago porque tengo que comer. No es lo que me gusta. La bella mujer suelta una leve risita. ¿Entonces que te gusta hacer? Silvio se queda pensativo. Imaginar. Crear.
¿Te gusta la playa?, Nunca he ido, ¿Te gustaría ir? Silvio siente que la emoción va estallar su cabeza.
La playa es tan bella como siempre la imaginó, el atardecer cubre con su manto rojo el mar, las suaves olas relajan tanto a Silvio que simplemente se hunde en ellas, bajo el mar se encuentra con la bella mujer, totalmente desnuda, es tan hermosa y tan divina; sólo piensa en tenerla, la bella mujer extiende su mano y toma a Silvio, lo acerca suavemente hacia ella y lo besa en la boca con ternura. Un torbellino de emociones envuelve sus cuerpos desnudos bajo el agua salada y los lleva a litorales desconocidos, sin rumbo fijo.
Silvio tiene los pantalones abajo, llora en el baño, llora de rabia. Llora porque sabe que la fantasía no puede calmar la realidad, porque la realidad es tan cruel que no le deja tener a la bella mujer en sus brazos, no puede tocar sus labios, no puede, porque ella se fue, se fue como desaparecieron sus efímeros pensamientos, el último halo de esperanza desaparece con la oscura realidad.
Silvio camina cabizbajo, sube las escaleras para entrar a su casa, las sube lentamente, sin esperanzas, no quiere abrir la puerta, no quiere entrar ahí y encontrarse con lo que siempre ha vivido, la soledad, se cansó de que sea su única amante.
Doña Mariana sale de su casa. Silvio, muchacho, te tengo una buena noticia. ¿Buena noticia? Piensa Silvio, llamaron mis padres, se acordaron del fracaso que engendraron, de su hijo. Eso sería una pésima noticia.
Mi hijo es dueño de una revista de la ciudad, es pequeña, pero algo es algo, bueno, le enseñé tus dibujos e historias y te dará una sección en su revista, está dispuesto a pagarte, le encantaron, igual que a mí.
Qué emoción. Tengo nuevo trabajo. Me pagarán para seguir masturbando la realidad. Encerrarme en mis fantasías y volverme más cobarde. Qué emoción. Piensa Silvio.
Gracias, Doña Mariana.
Mañana mismo empiezas si quieres, yo te llevo. A las ocho.
Silvio abre la puerta de su casa.
A las ocho, Doña Mariana.
Buenas noches hijo.
Y así, Silvio se adentra en su hogar plagado de sombras estáticas, susurros que buscan ser gritos desesperados, sueños y platos rotos, recuerdos atrapados en las telarañas.
Sin más desaparece como otra sombra en la oscuridad de su soledad.