ENTRE HILOS DE LUZ Y PALOMAS REVOLOTEANDO
Chiquita. Pequeña. Hermosa. Lo siento. ¿Cuántas veces escuché esto el día de hoy? Sé que se fue, sé que no lo volveré a ver, pero…ya me lo esperaba, todos se lo esperaban. ¿Duele? Claro que duele, pero el dolor no mata. Y si me preguntan si lloré, no responderé. Mis ojos están secos, aunque mi corazón esté empapado. Se lo prometí, pero antes me lo había prometido a mí: No lloraré. Él me dijo que la muerte no tenía porque impresionar, no tenía porque doler, a diario nos desprendemos de algo y aunque no sea tan fácil desprenderse de las personas, la vida así es. Él me lo dijo, y yo siempre le he hecho caso.
Sentada en una banca veo las palomas comiendo lo que la gente les arroja. Alzo mi mirada y veo como los hilos de luz se cuelan entre las hojas de los árboles. Respiro cierta paz y tranquilidad. Ver como ahora las palomas revolotean, ver al niño corriendo que las espantó, verme sumergida entre los destellos de luz. Sentir que nada pasó, que nada pasará. Saber que mi padre me estaría regañando porque una lagrima rueda por mi mejilla, pero que al ver mi sonrisa se habría puesto orgulloso de mí. Si tan sólo estuviera aquí. ¿Pero qué digo? He de seguir, he de levantarme de aquí. Me pongo a caminar, el mundo sigue girando, todavía queda mi madre y mis hermanos, mis dieciséis años y mis amigos, mi abuela, la música y el mar, las nubes y el viento, los algodones de azúcar y el café, los libros, el cine, la esperanza y el amor, todavía quedo yo entre hilos de luz y palomas revoloteando.